domingo, 15 de noviembre de 2009

Ley de la Desdicha


Me resulta fragmentario y pedante el nombre de Ley de Extranjería que acaba de aprobar el Parlamento. El extranjero ha gozado siempre en este país de un halo de misticismo y provocaba cierta envidia paleta. Sin embargo, el inmigrante no ha dejado jamás de ser una figura con doble sombra, un ser sospechoso siempre de algo. Llegar de países menos favorecidos -a veces con otra lengua y otra piel- ha servido casi siempre para alimentar prejuicios, para crear desasosiego en nuestra pueril rutina de la identidad. Nada más cómodo que una presencia extraña para imponer la identificación moral con la propia sangre. El blanco se siente más blanco ante la mirada del negro que trata de venderle La Farola, el católico comprende con orgullo las ventajas de su Semana Santa al escuchar las llamadas extravagantes del muecín desde el minarete de la mezquita de la M30.

Afortunadamente no soy marginado, ni fugitivo, ni estoy sufriendo las venganzas de la perversa justicia económica, pero me siento cada vez más alejado de la globalización capitalista del mundo. Me parece innoble mezclar mi voluntaria extranjería ideológica con la verdadera explotación del ser humano. Por eso necesito palabras claras.

Para nadie un indocumentado debería ser un ser humano ilegítimo. Esta ley aprobada por el gobierno es una ley contra los infortunados, así que llamémosla por su nombre; es una Ley de la Desdicha. Tal vez los pobres del mundo sirvan para que sintamos desde ahora el orgullo de ser los nuevos ricos de esta sociedad neoliberal y consumista. Una vez más el pragmatismo político, feroz enemigo de las conquistas sociales, me parece una forma excesiva de complicidad con la injusticia.

Lo cierto es que me siento hoy más inmigrante que nunca.

Bernardo Bersabé noviembre, 2009

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