miércoles, 13 de agosto de 2008

INVENTANDO AMANECERES




Sin ningún signo vital que delate si aún forma parte de los vivos, observa llover a través de la ventana. Recorre con sus ojos la línea que forma el mar en el horizonte de forma desafiante y minuciosa.

En Ítaca todo se mueve como un minúsculo río sin aroma, con esa lentitud inconsciente de aquellos que desconocen que la vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla. Todo para ella transcurre sin más novedad que el diario comienzo de su tarea. Nada consigue mejor su alivio. Tejiendo se suceden los días de forma más leve, son más llevaderas las heridas del tiempo, ese dócil amante que nos besa el alma y simultáneamente nos muerde el cuerpo.

Un punto del derecho, otro del revés, seis del derecho, uno del revés…

De vez en cuando, con un tic convulsivo a fuerza de repetido, comprueba con la mano izquierda que el puñal sigue allí, en la cesta, escondido entre los ovillos dorados.

Algún día volverá, lo presiente. Y Penélope, le estará esperando…


Bernardo Bersabé, agosto de 2008


viernes, 1 de agosto de 2008

SUEÑOS DE BARRO


” El respeto es el poema de amor de la dignidad humana”

"Dijo Dios: veo que he creado muchos poetas,
pero no tanta poesía".
Charles Bukowsky


Avanzaba la noche en Praga, mientras las estrellas colgaban de ese cielo negro que tan interiormente conocen los perdedores. Aquella mujer permanecía aún en su camerino con una parsimonia histriónica -cabeza gacha, sonrisa hierática-. Se quitaba la cubierta adhesiva de la piel de goma como si fuera una excrecencia. Tenía su segunda piel la apariencia de un amasijo de carne podrida, por efecto del maquillaje.


Las lentejuelas la cubrían casi totalmente. Un enorme traje escondía su estructura ósea, un cuerpo considerablemente menor. El resto se completaba con unas zancas de madera de roble sin barnizar, que la otorgaban el aspecto colosal de un Sísifo que hubiera alcanzado -por fin- la sabiduría.


El cartel luminoso -ahora apagado- anunciaba a OLIMPIA, LA MONSTRUA DE DOS CABEZAS, promoción que le hacía muy poca justicia, porque aparte de la suya natural -diminuta, casi calva y pálida- la otra sólo formaba parte del relleno de trozos de cáñamo y pintura que ella misma se hacía antes de la función, para dotar de autenticidad al personaje.


A esas horas de la madrugada Olimpia divagaba, como tantas noches: El arte es una sutil cadena que nos ata con cada partícula del cosmos, estaba pensando....
Ella, que estaba hecha de la materia con que se trenzan las quimeras; su sueño infantil de artista y su constancia la habían llevado a la cima de su profesión. Desde la pista lanzaba guiños y provocando a los espectadores, que la observaban con deleite y asombro.

La feria permanecía dormida, con sus gigantes mecánicos plantados en la tierra, los tentáculos del pulpo inmóviles, con restos de grasa, apenas apoyados en el suelo. Las barandillas y los escalones -algunos caídos por el vendaval de medianoche- mostraban un atrezzo grotesco en su abandono. Serpentinas de colores, y montoncitos de confeti cubrían esa parte del mundo que hacía unas horas fue el Paraíso.

Un equilibrista trasnochado jugaba un solitario a escondidas. Una pareja de payasos hacía el amor en silencio, como no queriendo turbar la quietud de ese mutis mágico que les regalaba la noche y su quietud. Los demás dormían en espera del siguiente día, aguardando sus luchas, sus quimeras, sus desengaños, aguardando a la vida, ese sueño del que no podemos despertar jamás.

Mientras, a oscuras para que ni siquiera una sombra fuera testigo de su intimidad mórbida, Olimpia se despojaba de su vestimenta. Imponía al momento una ceremonia ritual de parsimonia, como si al hacerlo deprisa rompiese el hechizo de sus actuaciones.

Su vida reflejaba una sucesión de fragmentos de distintas tonalidades: conoció el amor, con un pequeño artista que cuidaba los elefantes que tenía el rostro de un hombre curtido por los descalabros. Debió sumarse a la añoranza cuando hubo de abandonar las atracciones para dedicarse a su propio restaurante en un viejo barrio parisino. Casi todos sus familiares habían muerto, y el único sobreviviente trabajaba en un laboratorio clínico en las afueras de Morelia, muy próximo al acueducto. El único capital que había podido ahorrar era su experiencia. Además de eso, le quedaban aún en su cooperativa de crédito los lugares remotos a los que la llevo la vida y aquellos libros que el tiempo le permitía leer en calma.


Olimpia probaba a menudo el sabor ácido de la nostalgia. Entendía la soledad como una urgente necesidad de encontrarse consigo misma, un espacio que nunca dejaba ocupar al miedo. Y es que sólo existe algo más triste que la soledad, el deseo de estar solo. Aquella noche el libro que estaba leyendo rompía cualquier destierro y la acompañaba durante los eternas trayectos de una ciudad a otra nueva. Los viajes son como los libros, se inician con cierta incertidumbre, y se finalizan con melancolía, pensaba en ese instante.


Casi había terminado su litúrgico desnudo. Sólo le quedaban las manos. Se las quitó con ligereza, y las metió, con el resto de sus miembros, al baúl escarlata que la había acompañado desde siempre. Más tarde, arrastrándose con los muñones por el suelo, se dirigió a su breve camastro. Al pasar por el espejo, no pudo disimular un rictus de vergüenza ante la horrenda máscara de su rostro: un sólo ojo y la nariz como una gota suspendida en la cara mostraban en toda la extensión su fealdad.


Se recostó sobre su almohada de plumas y cerró los ojos. Mañana sería otra vez, OLIMPIA, LA GIGANTE.

Madrid, 1 de agosto de 2008

jueves, 31 de julio de 2008

PALABRA DE CANALLA


Como si nunca le hubiéramos visto agarrar el sombrero de fieltro, la mochila y el camino del viento. Como si ayer mismo hubiéramos escuchado su voz de alambre. Nos reunió con misterio aquella tarde sin una mala excusa ni una peor botella que aligerase los años y la congoja... dónde te habías metido, carajote!!!.

Torció el gesto en aquella sonrisita bribona que habría de ganarle tanto amor de mujer brava. Agarró la guitarra, se metió el cigarro entre los labios y comenzó a templarse.

Habló entonces de tranvías tristísimos que chirriaban al arrastrar a las bellas y de aquella Lisboa, lejos de la ciudad y el estuario; de calesas paradas a la puerta de aquellos caserones antillanos que vieron coronarse a los virreyes; de bailarinas traídas del Oriente para dar lustre a un París al que se le moría el cabaré; del desierto y los hombres azules que lo habitan; de un guerrillero que resistía frente a los que escriben la historia.

Definitivamente, se había traído el mundo en la garganta.


Madrid, julio de 2008

miércoles, 16 de julio de 2008

ALEVOSÍA


En el pasillo, cuatro zapatos abandonados; dos de mujer, dos de caballero.

En las sábanas, el olor del perfume de ella mezclado con el olor de la adrenalina de él.

El aire del día lo disolvería todo de nuevo....



Majadahonda, 16 de julio de 2008

lunes, 14 de julio de 2008

PARAISOS INVENTADOS


Como un monstruo de circo desinflado
y agotadas las válvulas del sueño;
así me siento hoy,
trepando por el peso de la nada.

Y es que ahora la edad se digna a darme
aquello que extirpó cuando era joven:
la quietud de mis ojos asombrados
tras un día de lluvia en la montaña.
La cordura de tanta plenitud:
árboles que sostienen el tiempo por nosotros,
y el cauce de estos ríos sollozando.

Como una lombriz por sus laberintos,
perdido entre los túneles del ruido;
cansado de buscar
mis propios paraísos.

Así me siento hoy.
Capullo de gusano,
esperando volver a tener alas.


Navacerrada, 12 de julio de 2008

sábado, 12 de enero de 2008

PRETÉRITO IMPOLUTO


Hoy,
con lluvia de diciembre en la memoria,
a la tarde interrogo, desde el frío.

En otra habitación, abandonadas,
jirones del verano,
mis sábanas revueltas
cubiertas de apatía y abandono.

Ayer
dibujé sobre hojas un camino
de huellas que se van haciendo grandes.

El otoño fue esos veinte pasos
que aun recuerdo en cada fuego nocturno
apenas si cubierto por la luz del desdén.

Bernardo Bersabé