Saber elegir el momento de parar es protegernos del peligro, leí alguna vez en algún lugar que no recuerdo. Hace tiempo he dejado de ser un ser sin nombre y empezado a ser un hombre que camina sobre la lumbre del mundo. Porque hay rincones que escupen verdades, olas que traen a la orilla el vacío, informes de oficina con la debida nostalgia y lenguas que trasladan con su lúbrica humedad las palabras más dolorosas. Porque tú, mi querido Ahora de Cemento, sabes elegir el tiempo adecuado para respirar pausadamente y, a la vez, jadear con destreza animal, para creer en la muerte, en el vacío, en la neutra seguridad del ojo ciego, ese que tan sólo se atreve a ver y aceptar lo cierto. Pero hay también vientres confusos, lágrimas que surgen sin causa, trenes que llegan a deshora a pesar de los programas de fidelización y feligreses que rezan a un árbol. Lo que quiero decir, en definitiva, es que he dejado de escuchar la música que se escapaba por tu ventana rota desde este simulacro de nido. Recuerdo haber leído -tampoco se dónde ni en qué lugar- que aquel que permanece donde ha encontrado su verdadero hogar perdura largo tiempo y aquel que muere, pero no perece, disfruta de la verdadera longevidad.
martes, 14 de junio de 2011
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