miércoles, 13 de agosto de 2008

INVENTANDO AMANECERES




Sin ningún signo vital que delate si aún forma parte de los vivos, observa llover a través de la ventana. Recorre con sus ojos la línea que forma el mar en el horizonte de forma desafiante y minuciosa.

En Ítaca todo se mueve como un minúsculo río sin aroma, con esa lentitud inconsciente de aquellos que desconocen que la vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla. Todo para ella transcurre sin más novedad que el diario comienzo de su tarea. Nada consigue mejor su alivio. Tejiendo se suceden los días de forma más leve, son más llevaderas las heridas del tiempo, ese dócil amante que nos besa el alma y simultáneamente nos muerde el cuerpo.

Un punto del derecho, otro del revés, seis del derecho, uno del revés…

De vez en cuando, con un tic convulsivo a fuerza de repetido, comprueba con la mano izquierda que el puñal sigue allí, en la cesta, escondido entre los ovillos dorados.

Algún día volverá, lo presiente. Y Penélope, le estará esperando…


Bernardo Bersabé, agosto de 2008


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